6.1.05

huérfanos en la modernización (Raúl Gadea II)

La segunda novela de Gabriel Peveroni (El exilio según Nicolás, Ed. Santillana, Colección Punto de Lectura, Montevideo, diciembre de 2004), es un producto literario bastante específico para jóvenes de hoy. Un adulto veterano ni siquiera sabe bien qué diferencia hay entre hablar (por computadora) en chat o en icq, extremo que se supone demasiado obvio para ser aclarado en la obra. Y la mayor parte del relato se desarrolla entre muchachos desconocidos de ambos sexos que compiten, se persiguen, se angustian y hasta creen enamorarse relacionándose entre sí solo a través de un juego de computadora inventado por uno de ellos, al que bautiza como Vidas Cruzadas.
A los diálogos tecleados en pantalla de estos personajes, sin cara para los demás, se agregan idas y venidas del protagonista por un vasto escenario urbano primero deprimentemente familiar y después progresivamente macabro: un Montevideo desde donde cada vez más gente emigra, y en el que por fin penetra una peste desde el norte (como la aftosa de hace un tiempo, pero esta vez asolando a la gente).
Con todo, hay contrastes e incongruencias que enriquecen la visión pesimista con las imprevisibilidades de la vida. Una pareja joven que espera un bebé se niega directamente a curtir ondas decadentes. Una uruguaya melancólica, emigrada en España, envía sagaces correos electrónicos a su ex-novio montevideano, del que sigue enamorada. En verdad, una de las ventajas de esta novela sobre la primera de Peveroni, La cura, es que incluye personajes femeninos modernos, con personalidad definida, delicadamente retratados.
La angustia que este relato testimonia tiene justificativos en la realidad nacional más conocida. No sólo una máquina social descompuesta viene martirizando a los jóvenes desde hace años, empujándolos sin cesar hacia el desempleo, la emigración, la mendicidad o el delito, sino que la modernización productiva que se necesita no termina de arrancar y, en cualquier caso, será conducida políticamente por viejos que no precisan jóvenes en sus equipos, y ni siquiera se percatan de que los jóvenes existen y son un grupo humano con problemas.
A todos los efectos, los muchachos representados en estas obras se sienten “huérfanos en la modernización” que, problemáticamente, se aproxima. Ni siquiera son revolucionarios tozudamente comprometidos, como los de hace medio siglo, que querían romper el mundo para poder hacerlo de nuevo. Están, por el contrario, solos y desolados, y sin padres, profesores o líderes que los tomen en cuenta. Se sienten “ninguneados” por el mundo adulto que monopoliza el poder, y este vacío vital los va llenando de una agresividad que no saben cómo manejar y que, en última instancia, tienden a descargar destructivamente entre sí.
El desenlace de esta novela es, precisamente, una tensa, problemática, quizás voluntarista refutación de esta última posibilidad. Una precaria autodecisión, no del todo consciente, de ‘seguir aguantando’ y procurando, medio a ciegas, que cambie el signo de los tiempos. La novela representa un mensaje que es difícil saber si llegará al mundo adulto, y a las responsabilidades que ese mundo está asumiendo hoy (quizá sin comprenderlas demasiado) de cambiar la vida colectiva en el país antes de que la juventud se desgarre definitivamente a sí misma.

* comentario de Raúl Gadea

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