21.3.05

un blog sordo y solitario (Dani Umpi)

Durante los días en que leí la novela -podría decir horas porque, gratamente, la lectura se me hizo muy rápida, toda una virtud del escritor- nunca pude imaginarme la vida del chico en Tres Cruces. Me lo imaginaba siempre encerrado en Ejido y Colonia. No sé por qué. El otro día pasé por ahí y un chico, más o menos de la edad de Nicolás, le tiraba la llave a una chica demasiado atractiva y sexy -en realidad parecía una puta- para que abriera ella la puerta de abajo. O sea que yo no debía estar muy equivocado. Nicolás perfectamente podría vivir en esos apartamentos. Incluso podría vivir en el mío, conmigo, ya que suelo llevarme a la perfección con ese perfil. No sé si el psicótico sería yo, o él; probablemente los dos.
En ningún momento me identifiqué con el personaje; tal vez sí con su lenguaje y algunas expresiones, pero nada más, ni siquiera su gusto musical, aunque casi todo el día escucho Suede. No lo escucho porque me guste demasiado, sino porque mi compañero de apartamento realmente es fanático de ese grupo, como el personaje. No voy a repetir lo que ya dije ni hacer deduciones obvias. No vivo con Nicolás. Faltaba más. Es raro que no me haya identificado en lo más mínimo porque suelo transferirme y proyectarme mucho en todo lo que leo, pero Nicolás tiene algo como de amigo, como de la gente con la que suelo relacionarme, o solía relacionarme hace unos años. Lo que significa que tampoco sé demasiado de la gente que me rodea, si sigo los parámetros de la novela; pero no voy a jugar al psicólogo conmigo ahora, que para eso tengo mi propio psicólogo, lacaniano y todo, como debe ser.
La novela tiene cosas que me gustan mucho -todo lo de las cucarachas, por decir algo- y personajes que no me gustan en lo más mínimo, lo cual no es un defecto, sino un acierto. Al principio me confundí mucho con los nombres, todos los personajes que rodeaban a Nicolás me parecían iguales e intercambiables. Inmediatamente temí que eso era un defecto de la novela, pero luego me di cuenta que esa era la gracia, la confusión. Uno podría ser el otro. Lógica de chats. Me encantaron esos chats porque es como lo que yo curtía hace años. Me siento viejo, pero es así. Yo soy de la generación MIRC, por si no se dieron cuenta. Solíamos tener esos diálogos, como haciéndonos los interesantes. Muy parecidos. Ahora lo primero que te preguntan son las medidas. Antes el chat no cumplía una función específica y en canales de levantes uno podía pasar un tiempo divagando, haciendo sociabilidad, haciendo amigos y cosas que ahora son impensables y ridículas. Más que un chat el libro de Peveroni es como un gran blog, sin participación de terceros. Un blog sordo y solitario, como se torna en un momento el chat, en el que el pibe queda hablando solo y enumerando las cosas que lo rodean (una parte excelente). Tiene ese tipo de narración y eso lo vuelve un libro que testimonia, sin pretenderlo, una época.
Un libro así sólo podría escribirse ahora, por eso no es un insulto decir que este libro es “moderno”. Porque lo es. Tiene cosas muy generacionales y no solamente por las referencias musicales que sitúan a la perfección al personaje dentro de una clase media alta uruguaya semi-intelectual-ondera que disfrutó a pleno los noventa. Todos esos discos que nombra suelen estar en las estanterías de gente que conozco. Después de eso nadie compró más discos. Todo se bajaba de Internet y se grababan en Cds genéricos que se pudrieron a los tres años; o sea que toda esa música es la previa al “bache”. No sé si me explico; son teorías que he inventado y que no he profundizado aún. Lo de la peste en Uruguay es una idea fantástica, pero un tanto peligrosa, podría gastarse inmediatamente, sobre todo si tiene tanta relevancia en la anécdota, pero Peveroni MAGISTRALMENTE (en mayúscula a propósito) no se inunda en sus propios pantanos, sino que sale a flote de contínuo, manejando esa idea buenísima en su justa medida. La peste avanza rápidamente sin que sepamos cómo, es como una especie de tsunami del que sobreviven los que están encerrados en un apartamento alto como el de Nicolás. Su afán de enredarse afectivamente con mujeres levemente histéricas y manipuladoras a la distancia, que se confunden con su madre y otros amigos, minimizan todo ese supuesto odio por el mundo y todo lo que lo rodean, evidenciando un deseo oculto (a mi entender) de continuar siendo controlado. O sea, se aisla para que lo encuentren. La novela nunca evidencia eso, pero mi fantasía sí. El personaje de la chica que conoce desde la ventana y se va a vivir con él no me gustó para nada, pero está muy bien en la novela. Cierra muchas cosas, suaviza las tensiones constantes de las Vidas Cruzadas y sus personajes estereotipados que en seguida muestran la hilacha.
Una novela muy buena desde todo punto de vista, sobre todo formalmente, algo que es difícil ver hoy en día. ¡La recomiendo!
* enviado por el parapentista Dani Umpi, autor de la novela Miss Tacuarembó

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